Por Lala Pasquinelli, Coordinadora de Mujeres que no fueron tapa para Nodos.

Los estereotipos de género son esos modelos culturalmente construidos que nos dicen cómo tenemos que ser, desear, parecer y hacer; según hayamos nacido con pene o vagina. Nos lo dicen las canciones de la infancia, los juguetes, los videojuegos y los libros de lectura en la escuela, también nos lo recuerda el fútbol, las series, los noticieros y el cine, y vamos a encontrar esos mismos mensajes en las leyes, espacios de trabajo y en las universidades.

Sin embargo y al mismo tiempo, los feminismos y movimientos de mujeres de todo el mundo estamos poniendo en cuestión, a través de miles de acciones diferentes y en sus luchas, esta asignación de roles que son impuestos como identidad.

Poner en cuestión que ser mujeres no sea encarnar un determinado standard de belleza, tener que casarnos, tener hijos, hacer el trabajo doméstico gratuitamente, convencidas de que lo hacemos por amor. Pero también que ser varones implique no ser “mujeres, u homosexuales”, que el modelo de felicidad en la masculinidad sea la acumulación de dinero, la fuerza, la valentía como estándares, que aquel que no “mantiene a su familia” no es varón, que el que llora tampoco, y al que no le gusta el fútbol o el porno, menos.

Estas acciones y sobre todo la visibilidad de las consecuencias que tienen estos estereotipos en la violencia contra las mujeres y disidencias, el bullying, la depresión y suicidio adolescentes, la bulimia y anorexia desde las infancias, ha empujado a los Estados a dictar leyes que penalizan la violencia simbólica en los medios de comunicación, la cosificación y el sexismo.

Y algo de este cambio empieza a llegar -pareciera- a la publicidad y al marketing, espacios que históricamente han explotado al máximo el recurso de usar estos estereotipos, inclusive a través del chiste de bullear al que no encaja en ese modelo que mutila parte de nuestra subjetividad.

Empezamos a ver campañas de empresas que perciben que ser parte del problema no es una buena estrategia, que quizás es mejor estar a la altura de los tiempos. Comienzan a preguntarse cómo comunicar lo que comunican y vender lo que venden, sin sexismo, sin dañar al público, sin segregar. Aparecen algunos ensayos, “familias diversas” “cuerpos diversos”. Otras que se muestran “preocupadas” por la desigualdad o la violencia.

Y cuando esto sucede también llegan las críticas y las preguntas. ¿Qué hace esa empresa internamente con los temas de la agenda de la igualdad? ¿Cuáles son sus políticas contra la violencia de género? ¿Hay equidad en sus directorios? ¿Qué licencias por paternidad aplica? ¿Qué acciones toman para eliminar la discriminación por género? ¿Las mujeres ganan lo mismo que los varones en los mismos puestos? ¿Hay personas trans trabajando? ¿Cómo lleva a su cultura estos temas que usa para vender?

¿Cuáles serían entonces, las formas posibles de abordar la comunicación?

Quizás convertir en estrategia primero hacer hacia adentro y comunicar lo que hacen y seguir modificando los estereotipos que nos empequeñecen.

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