Por Sebastián Zoroastro*

En las últimas semanas circuló por redes y medios de comunicación un artículo de la  revista British Medical Journal en la que el título “Lo dice la ciencia: los hombres son más idiotas” tuvo gran impacto. El estudio intenta confirmar que los varones tienen mayor predisposición a comportamientos de riesgo innecesario. Para los autores, esto se debe a «la búsqueda de estima social masculina, o a la necesidad de ‘fanfarronear’». La investigación se basa en un análisis de género de los premios Darwin que se otorgan a quienes hayan fallecido por muertes evitables. Se trata de un galardón póstumo, dado que para estar en ese ranking hay que haber perdido la vida por tomar “malas” decisiones. La investigación arrojó que el 88.7 % de las personas que ganaron este premio fueron varones, y esta diferencia de género, desde el punto de vista de los autores, es estadísticamente muy significativa. Este tipo de artículos tienen más de humor que de ciencia, porque una generalización que explique los motivos de las diferencias sexuales de los comportamientos riesgosos de varones y que intente demostrar la existencia de la «idiotez masculina» no hace más que reproducir prejuicios a través de explicaciones simplistas, esencialistas o con fundamentos biologicistas para los comportamientos humanos. Lo cierto es que esta explicación es insuficiente.

Lo primero que recordé luego de leer este artículo fue una serie de tv de los 90′, Jackass, transmitida en MTV, en la que, a lo largo de 3 temporadas, un grupo de amigos intentaba realizar proezas ridículas y peligrosas como forma de diversión. En 2011, Ryan Dunn, uno de sus creadores, murió tras chocar su automóvil contra un árbol. En Argentina, tuvimos la versión local: Quinta a Fondo. Su conductor, Claudio Pachi, asiduo paciente de guardias médicas declaró alguna vez “tengo más de 25 puntos de sutura en la cabeza, varias fracturas y lesiones renales, desgarro de músculos, fractura peneana, entre otras”. Informes estatales como los de la Superintendencia de Riesgos de Trabajo y la Agencia Nacional de Seguridad Vial confirman que los varones nos accidentamos más y tomamos decisiones incorrectas: de cada 4 muertes por accidente de tránsito, 3 son de varones, duplicamos los test de alcoholemia, usamos menos el cinturón seguridad, realizamos más infracciones de tránsito, tenemos 10 veces más mortalidad por accidentes de trabajo y duplicamos los accidentes laborales en relación a las mujeres.

Lo que nos motiva a los varones a poner en riesgo nuestra propia seguridad,  lo que impacta en una menor expectativa de vida respecto de las mujeres  (7 años menos que ellas), y se refleja en los espacios que habitamos, como los lugares de trabajo, son los mandatos culturales, ya que nos sentirnos atados a la necesidad de responder al reconocimiento social. El riesgo es valorado positivamente en la masculinidad tradicional, la cultura del aguante, la autosuficiencia y la fortaleza son atributos del héroe clásico que los varones debemos demostrar a diario. Es el costo que pagamos por la falta de autocuidado que es consecuencia de la violencia que ejercemos hacia nosotros mismos para cumplir con el mandato de masculinidad tradicional (Bonino, 2008) y es parte de la misma matriz cultural que explica las violencia basadas en el género. Todas estas conductas deben ser espectacularizadas para ser reconocidos por nuestros pares y así acceder de los privilegios que nos otorga la sociedad por ser varón (Rita Segato en contra-pedagogías de la crueldad, 2018)

Desarmar los mandatos de la masculinidad tradicional promueve una mejor calidad de vida y colabora con la construcción de relaciones menos violentas hacia  nuestros entornos, con las mujeres, disidencias y con nuestros pares varones. Además, promueve el trabajo colaborativo, y repercute directamente en nuestra salud y bienestar pero también tiene un impacto en los espacios que habitamos, como la familia y los ámbitos de trabajo.

*Consultor. Nodos Consultora

 

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