Por Eduardo Otero*
Hace pocos días, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, fue destruido el monumento de María de los Remedios del Valle, mujer afrodescendiente que formó parte del Ejército del Norte, considerada la “Madre de la Patria” en Argentina. Este monumento, inaugurado el 8 de noviembre de 2022 -fecha en la que se celebra el Día Nacional de las y los afroargentinos y de la cultura afro- fue quemado en su totalidad y, por si fuera poco, a menos de 24 horas de la celebración del Día Internacional de las personas Afrodescendientes.
Mientras leo sobre los hechos, recuerdo que hace pocas semanas también se viralizó un video en el que una periodista y el equipo de un conocido programa de televisión de Argentina, haciendo una nota en vivo en el subte (metro), menospreciaban, se burlaban y maltrataban a una pareja de la comunidad originaria Ayllu Mayu Wasi. La Defensoría del Público y el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) recibieron una cantidad récord de denuncias, lo que fue visto institucionalmente como “un síntoma en la sociedad que analizamos como muy positivo”.
Situaciones de este tipo se hacen virales generando fuertes olas de indignación, manifestaciones y hasta pedidos de disculpas, muchas veces sin hacerse responsables y sin una reflexión crítica, como en el caso del equipo de periodistas del programa de televisión. Sin embargo, una vez pasada la marejada, el racismo como realidad parece esfumarse a la espera de nuevos hechos que nos indignen.
Visto así, el racismo parece una serie de sucesos que ocurren en un tiempo y un espacio determinado entre personas víctimas y victimarias y cuya solución consiste en la condena y/o un pedido de disculpas y en la reeducación de las “manzanas podridas”. Sin embargo, los dos casos que menciono son solo un par de evidencias de una realidad mucho más compleja: el racismo está tan naturalizado en nuestras formas de ser, pensar y actuar que muchas veces no somos capaces o no queremos verlo.
Es frecuente escuchar en nuestra región latinoamericana que el racismo no existe, ya sea porque creemos fervientemente que vivimos en una “democracia racial” o un “crisol de razas”. Sin embargo, como lo muestran los datos las personas afrodescendientes e indígenas u originarias, que representan cerca del 35% de la población de la región, están entre los grupos poblacionales más pobres y vulnerabilizados del continente.
Esta desigualdad estructural racializada se origina o es consecuencia de una forma de pensar y de actuar -consciente e inconsciente- que estructura u organiza nuestras sociedades de acuerdo con los grupos raciales de pertenencia.
El racismo no es un problema individual y tampoco es exterior a nosotres. Es un rasgo de la sociedad en su conjunto y, como tal, se requiere de una reflexión-acción crítica y de nuestras ideas y prácticas personales que hacen posible que el racismo persista.
En Nodos promovemos acciones de concientización sobre las prácticas racistas que todavía existen y se despliegan en ámbitos laborales. Nos proponemos acompañar a empresas y organizaciones en sus procesos de transformación cultural que las conviertan en espacios libres de discriminación y violencias, basadas en un enfoque de Diversidad, Equidad e Inclusión.
*Director Ejecutivo Adjunto, Nodos Consultora